Publicada el 19.01.2018
Resulta curioso que cada cierto tiempo se anuncia a bombo y platillo nuevos estudios que indican las bondades o el peligro que tiene el chocolate para la salud. Hoy no os quiero hablar de si tiene propiedades para controlar nuestros niveles de colesterol, de si favorece o no la memoria... No. Hoy os quiero hablar del chocolate como ese producto que hace sentir muy bien a quien lo come (y también a quien lo regala).
Mi objetivo es que todos y cada uno de nosotros aprendamos a disfrutar de la suave delicia que tenemos entre manos (o en la boca, según el momento).
Seguramente sepas que el chocolate proviene del continente americano, que fueron los pueblos mayas quienes repararon en esa planta que solo crece en un determinado clima (el suyo). Lo que quizás no conocías es que le encontraron un uso alimenticio de pura casualidad.
Así es. Resulta que lo que realmente utilizaban los mayas del hoy América Central eran las vainas, y, atento, porque no las empleaban en preparar ricas tabletas de cacao puro.
¡Lo hacían para crear cerveza de pulpa de cacao!
Y claro, nosotros, leoneses, sabemos algo de cómo obtener cervezas y los deshechos que genera.
En su afán por aprovechar los recursos - en su caso de una cerveza que, sinceramente, sería interesante probar, sobre todo porque quienes defienden este azaroso origen aseguran que no recordaría en nada al cacao que estamos habituados a comer (en todas sus formas)- dieron con la fórmula para aprovechar las semillas contenidas en las vainas.
El proceso incluía la fermentación de las semillas con el objeto de extraer una bebida amarga no alcohólica. Para aquellos hombres y mujeres de la naturaleza, esa bebida era un manjar de reyes. Su consumo se limitaba a las grandes celebraciones.
A día de hoy, el chocolate ha perdido parte de su mística, a no ser por los artesanos que día a día se afanan en tratar a la semilla con procesos naturales para extraer ese toque que hace que nuestros chocolates artesanos sean tan apreciados.
En cierto modo, tampoco somos muy distintos de aquellos pueblos del América Central. ¡A quién no se le ilumina la mira cuando tiene ante sí una de estas tabletas de chocolate artesanal!
Para nosotros también es una pequeña joya de nuestra gastronomía...si hasta le dedicamos todo un museo... No es de extrañar. ¿Cuántas ciudades han contado con más de 100 fábricas de chocolate en plena producción al mismo tiempo?
Por cierto, merece la pena pasar por Astorga: además de su cocido maragato, no puedes abandonarla sin una onza de chocolate en la boca.
El chocolate está presente en muchos de nuestros recuerdos como ese tesoro que nos daban de vez en cuando, si nos habíamos portado bien, y que agradecíamos como agua de mayo en nuestra boca.
Ha llegado a mis oídos ciertos rumores de ciertas posibles recetas en las que el cacao actúe en común unión con ingredientes salados, y no solo dulces (tal y como se conceptúa en nuestras mentes).
Aquí, en León, ya lo hemos patentado. Tenemos el honor de poder decir que contamos con el único chocolate con cecina de León del Mundo. Sí, tal y como lo lees. Dos de las maravillas de la gastronomía de León unidas en un único producto.
¡Y qué producto! Se trata de un chocolate en el que el sabor intenso de la cecina se diluye. Debido a que está cristalizada y triturada, su sabor recuerda más a los cristales de sal que a la curación.
¿Os gustaría probarlo? Os animo a ello. Sobre todo a no pensar tanto en la cecina sino en cómo han conseguido unirla al chocolate de León. ¿Será este un nuevo punto para encontrar algún hallazgo de ArteSano sorprendente?
Seguiré atento, y si tengo novedades, os las trasmitiré.
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